Los canarios no tenemos lengua propia, ni falta que hace. El español o castellano, lengua de conquista hace más de cinco siglos nos basta, sobra y también nos garantiza hacernos entender entre cientos de millones de hablantes cuya cifra está en constante aumento. Cierto que como alternativa siempre nos quedará, según dicen, el tamazigh con el cual, quien logre la proeza de aprenderlo, podrá hacerse entender -aparte de si encuentra alguien más que lo hable en Canarias- con las tribus bereberes norteafricanas de las que, en parte y ya con demasiado mestizaje de siglos, procedemos.
Sin embargo, sí tenemos nuestros giros, dialéctica y términos propios, como tantos otros sitios de este ancho mundo en los que, comúnmente por aislamiento, el lenguaje ha ido derivando y adaptándose a nuestros usos y costumbres. La pena es que la globalización y la interconexión casi inmediata de unos territorios con otros, bien sea por la influencia de los mass media como con los viajes y la invasión turística, está haciendo peligrar de forma evidente nuestro acervo expresivo.
La aculturación que padecen, no sólo nuestros jóvenes, sino también una población adulta que ha perdido en su mayoría sus referentes tradicionales, sobre todo en el caso de la conocida como gente del campo o gente de la mar que cambia sus quehaceres y modos de vida, perdiendo sus raíces culturales y la ya mencionada mala influencia mediática, combinada con la insuficiencia de un sistema educativo canario manifiestamente mejorable- hace imposible mantener este habla, en trance de desaparición de seguir por el mal camino que vamos, caso que se dá también en tantos otros temas de nuestra identidad.
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