En el curso de una conversación de hoy, recordé las añoradas golosinas de infancia y juventud. Aquellas que particularmente comíamos y bebíamos en el descanso del cine, cuando salía la amarillenta diapositiva que decía algo así como
Visite nuestro bar. Beba Clipper
Era entonces cuando salíamos raudos al puesto de la entrada, para llegar los primeros antes de que se produjera la correspondiente aglomeración de enanos y mayores deseosos de ser atendidos cuanto antes.
Las apetencias -fuera de que no existía la abrumadora variedad que nos dispersa y se nos dispensa hoy- tenían siempre sus clásicos. Si de refrescos se trataba,

ganaban Nik o Clipper por goleada, cuyos eructos resonaban luego por toda la sala comenzada la segunda parte de la proyección. Si de caramelos con palo, Chupa-chups, ni que decir tiene. En los frutos secos, ganaban las pipas y sobre todo el millo Churruca, duro pero sabroso como él solo. En las papas fritas, se repartían las apetencias entre La Canaria, Emicela o los famosos Munchitos. En helado triunfaba con mucha ventaja el inigualable corneto de Kalise.
Luego, si era sesión infantil de las tres de la tarde, a aplaudir cuando ganaban los buenos en el último momento y a pelearnos a la salida imitando las luchas de lo que habíamos visto y disfrutado en la pantalla.