Evito cuidadosamente en estas fechas tomar parte de la vorágine consumista que a casi todos nos ha devorado. Hago esfuerzos cada vez con más éxito -lo que demuestra que cuando se quiere cambiar es posible hacerlo- para olvidar asuntos del trabajo y cualquier otra cosa que, en suma, no sea destacar la importancia de la Navidad, y me preocupo cada vez más de estar y compartir mi tiempo con quienes me rodean: hijos, familia, amigos, conocidos y vecinos.
Planteo ya mis deseos en términos de ideales, no de regalos, costumbre que adoptamos en mi familia desde hace años y que ha ido arraigándose desde entonces: no regalar nada en las Navidades, con la comprensible excepción de los juguetes a los niños.