Un día de verano como otro cualquiera, se abre una puerta en el vacío y empiezan a salir cientos, miles, millones de personas procedentes de ninguna parte. Dicen que vienen del futuro. Son los hijos de nuestros hijos. Un peligro incontrolable acecha en el futuro.
Clifford D. Simak, Los hijos de nuestros hijos.
Tengo un temor creciente por mis hijos y por los hijos de nuestros hijos. Me lo dicen cada día las noticias y el hecho cierto de que el cambio climático es el pago a nuestros desafueros y a nuestro suicida sistema de vida.
Lo último son los grandes incendios que asolan Rusia, el país-continente. Unos dicen que mil, otros que quinientos, son incontables los incendios que simultáneamente se reparten a lo largo y ancho de sus bosques y estepas, provocando inmensidades de humo que ennegrece el cielo de sus ciudades mientras el campo desaparece arruinado y convertido en cenizas. Ninguna temperatura estival, desde que existe registro de estas, puede compararse a las que están padeciendo en este verano de 2010 en la tradicional tierra del frío pero jamás del calor del infierno que ahora les devora.
Estos incendios son ahora la consecuencia de una gran sequía que ya ha «quemado», sin incendiarlos, más de 100 millones de hectáreas de cultivos de cereales por falta de lluvias.
Recordemos pues que este territorio es uno de los mayores exportadores de grano a múltiples partes del mundo y que, como consecuencia de estos males, ha decidido aminorarlas cuando no suspenderlas. Este es un aviso del hambre futura y, como consecuencia de la lucha por los recursos cada vez menores para una población mayor, previsión de las guerras y la destrucción que se avecina. Cualquier hermandad desaparece cuando sólo vale la lucha por la supervivencia.
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